La calle me habla callada con sus rumores,
su tronar de piedras viejas y golpeadas.
Con un reloj viejo muriendo sin segundos que habitar.
El eco misterioso amante, el halo de flores sin descubrir,
la calle me susurró su vida. Embriagada de domingos perpetuos,
y su risa no se esconde. La calle se viste del día anterior,
con las mismas pisadas, unas tímidas, otras sudando el trabajo,
y algunas quizás besándose sin darse cuenta. La calle me habla,
y yo escucho el Universo vibrar en rotación.
Pero ella me dice: bésame con las semillas del obrero,
que quiero alimentar a mis hijos. Era la Tierra roja, llamándome de nuevo.
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